Descripción
En 1841, Alexandre Dumas se hallaba en Italia. En compañía del príncipe que luego sería Napoleón III, hizo una excursión marítima. Divisaron un islote, de superficie blanquecina y poblado por cabras montesas, llamado Montecristo. Dumas le prometió a su alteza que, en recuerdo de esa excursión, utilizaría el nombre del islote para titular una de sus novelas.
Jacques Peuchet, archivero de la prefectura de policía de París, se dedicó menos a archivar que a dejarse fascinar por el contenido de los archivos, hasta el punto de ir reescribiendo los casos policiales más curiosos, más extraños y más dramáticos con que iba haciéndole toparse su curiosidad. En 1837, unos meses después de la muerte de Peuchet, esos relatos verídicos aunque adornados a veces con recursos propios de las ficciones se dieron a conocer en forma de libro. En uno de ellos, el titulado “El diamante y la venganza”, se describe el caso de un hombre que, a punto de casarse, es encarcelado en un castillo a causa de una acusación calumniosa. Pues bien, en la combinación de estas dos anécdotas se encuentra el germen de la novela “El conde de Montecristo”.
En el siglo XIX, conoce su auge en Europa el folletín, esa mezcla de estrategia periodística y de estrategia literaria. Las historias trepidantes ofrecidas con cuentagotas en los periódicos para estimular de ese modo la ansiedad de los lectores, que veían interrumpida la narración en los momentos álgidos. Las ventas de los periódicos dependían en gran parte por rara que nos resulte hoy esa circunstancia de las cualidades del folletín que ofrecieran.
El escritor francés Eugène Sue fue durante mucho tiempo el más celebrado de los folletinistas, y eran muchos los escritores de genio que le envidiaban la popularidad y la fortuna crecientes que le dispensaban obras como “El judío errante” o “Los misterios de París”, de modo que muchos le siguieron en la labor incierta y misteriosa de encandilar masivamente a los lectores.
En ese contexto debemos situar la novela “El conde de Montecristo” de Alexandre Dumas, que comenzó a publicarse como folletín en agosto de 1844, unos años después de la promesa hecha a aquel príncipe que, entre otros avatares, acabaría transformando la II República en el Segundo Imperio, casándose con Eugenia de Montijo, una aristócrata española y emperatriz consorte de los franceses como esposa de Napoleón III, y muriendo en el exilio relativamente amargo de quienes fueron poderosos.
Al margen de su portentosa sucesión de peripecias, la trama esencial de esta novela de Alejandro Dumas se basa en un juego de identidades: la conversión de Edmond Dantès en el conde de Montecristo. Dantès, un joven emprendedor, enamorado y feliz, es despojado de sus ilusiones y de su libertad. Como consecuencia de una acusación calumniosa, acaba preso en el castillo de If, una fortificación francesa edificada entre 1527 y 1529 en una pequeña isla del archipiélago de Frioul, en la bahía de Marsella, convertido en el espectro atormentado de sí mismo.
Gracias a esas maravillosas truculencias y a esas enrevesadas simetrías que dan carácter propio a los folletines, Dantès logra escapar del presidio mediante una argucia arriesgada y hacerse dueño de un tesoro oculto en una gruta de la isla de Montecristo, allá entre Córcega y Elba. La posesión de ese tesoro permite la transformación de Dantès. El prófugo harapiento no solo se disfraza de gran señor, pródigo y ostentoso, sino que también asume una identidad quimérica. Es el disfraz que necesita para preparar su venganza, a costa de la renuncia a su propia identidad.
Antes de eso, Dantès lleva a cabo su primera suplantación. Se hace pasar por el cadáver del abate Faria, el cómplice de presidio que le revela el secreto del tesoro escondido en la isla italiana. El conde de Montecristo, nacido de las ruinas morales de Edmond Dantès, es un impostor a la fuerza, un fantasma que regresa del pasado bajo una máscara brillante para hacer justicia desde la implacabilidad metódica y astuta de quien ha sido expulsado de la realidad: el conde de Montecristo no es en esencia nadie, porque debajo de ese disfraz está la conciencia herida de Edmond Dantès, a quien el azar hizo dueño de un tesoro material después de haberle robado el más valioso y abstracto de todos los tesoros: su juventud, su tiempo, su proyecto de vida. Esta es la historia, en fin, de una máscara, hasta que Dantès vuelve a recuperar su rostro.
Pedro J. –
«El Conde de Montecristo» – una historia de venganza, justicia y esperanza.
Esta novela atrapa desde las primeras páginas y mantiene la tensión hasta el final. La transformación de Edmond Dantès, de un joven marinero ingenuo a un enigmático conde de Montecristo, es una de las más impresionantes de la literatura. Su venganza, meticulosamente planeada, nos hace reflexionar: ¿realmente le proporciona satisfacción? Aunque su revancha es justa, no lo hace feliz.
Dumas creó personajes complejos y memorables: el noble Dantès, el traicionero Fernand, el cobarde Danglars, el despreciable Villefort y la leal Mercedes. Cada uno de ellos es interesante a su manera. Sin embargo, la novela no es solo una aventura emocionante, sino también una reflexión sobre el destino, la justicia y el precio de la venganza. ¿Podemos considerar a Dantès un hombre bueno si él mismo se convierte en un instrumento de castigo?
El estilo ligero y envolvente de Dumas hace que la lectura sea amena a pesar de la extensión de la obra. El final deja espacio para la reflexión: al comprender que la venganza no lo es todo en la vida, Dantès cede su legado a una joven pareja de enamorados. Sus palabras finales sobre la paciencia y la esperanza se convierten en el mensaje central de la historia. «El Conde de Montecristo» es un clásico atemporal que nos recuerda la fuerza del espíritu, las consecuencias de nuestros actos y que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay lugar para la esperanza.