Vesta Books: Crónica de un faro literario olvidado
En una callejuela empedrada del casco antiguo de Trieste, donde el viento huele a sal y a tinta vieja, un pequeño local con fachada de madera azul cobalto albergaba algo más que una simple editorial. Vesta Books no nació por casualidad. Surgió del desencanto de una joven traductora llamada Eliade Vernazza, que tras años de interpretar palabras ajenas, sintió la necesidad de dar vida a las propias. No quería competir, ni complacer algoritmos. Soñaba con rescatar voces perdidas entre manuscritos rechazados, márgenes anotados y cartas nunca enviadas.
El nombre lo tomó prestado de la antigua diosa del fuego doméstico, protectora de lo íntimo. Cada publicación debía calentar el alma, encender pensamiento, iluminar dudas. La primera tirada fue artesanal: apenas 78 ejemplares de una colección de relatos escritos por enfermeras durante turnos nocturnos. Ningún editor los había considerado relevantes. Eliade, en cambio, los leyó como si fuesen plegarias.
Con el tiempo, más autores llegaron: un exiliado georgiano que redactaba cuentos en papel de arroz; una bibliotecaria francesa que sólo narraba a través de listas; incluso un actor retirado que escribía diálogos para escenas teatrales inexistentes. Ninguno tenía nombre. Todos tenían historias. Vesta Books ofrecía refugio. No corregía estilo, no imponía estructura. Solo exigía autenticidad.
Los libros no se vendían en plataformas. Aparecían en buzones inesperados, escondidos entre discos de vinilo, o acompañando ramos de flores secas. Cada título llevaba una dedicatoria escrita a mano, dirigida a quien lo encontrara. Nadie sabía cuántos volúmenes circulaban. Tampoco se buscaba saberlo.
Un día, sin previo aviso, Vesta Books desapareció. Cerró puertas. Dejó el escaparate lleno de polvo, con un último mensaje en tipografía cursiva: "La llama se apaga, pero el calor permanece."
Hoy, sus libros se intercambian como reliquias. Circulan sin firma. Quien recibe uno, lo guarda como secreto. Solo quienes alguna vez sintieron su fuego comprenden que no fue un negocio, ni una empresa: fue un acto de fe en la literatura invisible.