Biografía

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Nikolái Gógol

1809 – 1852

Nikolái Gógol: Vida y legado literario

Nikolái Vasílievich Gógol (Николай Васильевич Гоголь) nació el 1 de abril de 1809 en Soróchintsi, un pequeño pueblo de la actual Ucrania (entonces parte del Imperio ruso), en el seno de una familia de pequeña nobleza rural. Su padre, Vasili Afanásievich Gógol-Yanovski, era un hombre aficionado al teatro y a la escritura de comedias populares en ucraniano, lo cual ejerció una notable influencia en la sensibilidad artística de su hijo. Desde temprana edad, Gógol mostró una imaginación desbordante y una inclinación por lo fantástico, alimentada por el folclore ucraniano, las leyendas populares y el entorno campesino de su infancia.

Formación y primeros pasos

En 1821 ingresó en el Gimnasio de Nizhyn, una institución de educación secundaria de prestigio. Allí desarrolló su interés por el arte, el teatro y la literatura, al tiempo que fue adquiriendo una sólida cultura clásica y europea. Sin embargo, su carácter tímido y melancólico lo hacía sentirse constantemente fuera de lugar entre sus compañeros. A pesar de esas dificultades sociales, Gógol cultivó la escritura de poemas, relatos y pequeñas piezas teatrales.

En 1828, con apenas 19 años, se trasladó a San Petersburgo, centro cultural y político del Imperio. Llegó con la esperanza de iniciar una carrera como funcionario y, paralelamente, abrirse camino como escritor. Sus primeros intentos literarios no tuvieron éxito: publicó el poema épico Hans Küchelgarten (1829) bajo seudónimo, pero la obra fue recibida con tal indiferencia que, humillado, compró todos los ejemplares que pudo y los quemó.

La revelación ucraniana

Su verdadero reconocimiento comenzó con la publicación de las colecciones de relatos Veladas en un caserío de Dikanka (1831-1832), inspiradas en el folclore y la vida rural de Ucrania. Estas narraciones, impregnadas de realismo mágico, humor grotesco y elementos fantásticos, sorprendieron a la crítica y al público por su originalidad. Escritores de la talla de «Pushkin» elogiaron a Gógol y lo alentaron a seguir escribiendo.

En esta etapa nacen historias como La feria de Soróchintsi, La noche de San Juan, La víspera de San Andrés y La nochebuena, en las que se funden la tradición oral ucraniana con un estilo literario vibrante y novedoso.

Consolidación en San Petersburgo

A lo largo de la década de 1830, Gógol se consolidó como una de las voces más brillantes de la literatura rusa. Su obra Mirgorod (1835) continuó explorando temas ucranianos, aunque con un tono más sombrío y reflexivo, como se aprecia en el relato Tarás Bulba, epopeya cosaca que combina el heroísmo militar con la tragedia.

Paralelamente, en Arabescos (1835), el autor se adentró en una literatura más urbana, donde San Petersburgo se convierte en un escenario extraño, opresivo y lleno de absurdos. De allí surgirían piezas inmortales como La avenida Nevski y El diario de un loco, donde el delirio y la alienación psicológica anticipan temas existencialistas.

Fue también en esta etapa cuando escribió su célebre relato La nariz (1836), sátira fantástica sobre la burocracia y la identidad, y su obra más famosa del período: El capote (1842), considerado un hito fundacional del realismo ruso. La frase atribuida a Fiódor Dostoyevski - "Todos salimos del capote de Gógol" - refleja la enorme influencia de este cuento en la literatura posterior.

El teatro y la sátira social

En 1836 estrenó su comedia El inspector, una obra que desató tanto risas como escándalo. En ella ridiculizaba la corrupción administrativa y la mediocridad de los funcionarios provinciales del Imperio ruso. El mismo zar Nicolás I asistió al estreno y, pese a las críticas de los aludidos, respaldó la obra, contribuyendo a su éxito. Sin embargo, Gógol quedó profundamente afectado por las reacciones hostiles de ciertos sectores, lo que aumentó su ya presente inseguridad y misticismo.

Viajes y crisis espiritual

A partir de 1836, Gógol emprendió largos viajes por Europa. Residió en Alemania, Suiza, Francia y, sobre todo, en Roma, ciudad que amó profundamente y donde halló inspiración artística. Durante estos años, concibió su proyecto más ambicioso: Las almas muertas, concebida como una epopeya en prosa destinada a retratar el espíritu del pueblo ruso.

El primer volumen de Las almas muertas se publicó en 1842 y fue recibido con entusiasmo. En él, Gógol mezcla sátira, humor grotesco y realismo para denunciar la codicia, el servilismo y la corrupción de la sociedad rusa, a través de las peripecias del protagonista, Chíchikov, que compra «almas muertas» (campesinos fallecidos aún registrados como siervos). El libro lo consagró definitivamente como maestro de la narrativa.

Sin embargo, la segunda parte de la obra nunca llegó a completarse. Gógol, sumido en una creciente crisis espiritual y religiosa, comenzó a sentir que su literatura carecía de valor moral y que debía orientar su talento hacia fines edificantes. Esa lucha interior lo llevó a episodios de profunda depresión y a un fervor místico cercano al fanatismo.

Últimos años y muerte

En 1848 realizó una peregrinación a Tierra Santa, tras la cual se entregó cada vez más a la vida ascética y a la escritura de textos religiosos. La presión de su propia conciencia y el miedo a estar sirviendo al mal con su arte lo atormentaban. En un arrebato, en 1852, quemó el manuscrito de la segunda parte de Las almas muertas, un acto que la historia literaria considera una tragedia irreparable.

Días después, debilitado física y mentalmente, se negó a alimentarse y cayó en un estado de postración. Murió en Moscú el 4 de marzo de 1852, a los 42 años. Fue enterrado en el cementerio de Danílov, aunque sus restos serían trasladados más tarde al cementerio de Novodévichi.

Legado

La obra de Gógol ocupa un lugar único en la literatura universal. Combinó lo cómico y lo trágico, lo grotesco y lo sublime, lo realista y lo fantástico. Fue un puente entre la tradición popular ucraniana y la gran literatura rusa, y un precursor de escritores tan distintos como Fiódor Dostoyevski, Lev Tolstoi, Mijaíl Bulgákov y Franz Kafka.

Su influencia perdura no solo en la literatura, sino también en el teatro, el cine y la filosofía, donde su visión de la burocracia, la alienación y el absurdo resuena con fuerza moderna.

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